Hay una prueba de fuego para comprobar que eres del rock. Si el nombre de Kike Turrón ni te suena, andas todavía algo verde. Kike es como esos actores secundarios que aparecen por todas partes. Aunque no te suene su nombre, el Turrón lleva contigo media vida.
En concreto, desde los albores de los noventa, cuando empezó a propagar canciones tóxicas y estimulantes en la emisora de su barrio en Madrid. Desde entonces te lo has encontrado en millones de conciertos y saraos, le has leído contando chascarrillos en la Rolling Stone y te ha contado la vida de Rosendo y otros ilustres del guitarreo patrio.
También le has visto compadrear con Manu Chao y un tal Robe Iniesta cuando al Extremoduro no se le conocía ni en casa, compartir delirios en las cunetas de Galicia con Julián Hernández o subir a los Barricada a un camión en marcha para hacerles un videoclip. Incluso te lo has podido cruzar por la M-30, conduciendo borracho, para después convertir la fechoría en literatura existencialista. Hasta le has puesto cara por la tele. Porque hubo un tiempo que entre el fútbol y los toros te colaba un vídeo de Johnny Thunders en el Plus. Ya ves, un tipo inquieto. Lo más parecido a un artista renacentista que hemos tenido en Hortaleza.
Ahora que caes, no vengas con la milonga de que es el típico músico frustrado que merodea por el circo sin saltar a la arena. Porque el amigo se puede morir tranquilo tras haber militado en King Putreak, un conjunto sin parangón, el típico grupo que tus hijos rescatarán como una banda de culto. Lo que nos entrega ahora no solo está a esa altura, lo supera con creces.
A lo que iba: que ahora el Turrón ha querido probarse en el papel de solitario protagonista. Pero prefiere disimularlo. Porque monta una banda y pluraliza su apodo para hacer colectivo un proyecto que uno presuponía íntimo y personal. Que no te engañen, los Turrones buenos de las navidades se llaman Amparo Carmena (bajo), Kurro (batería), efectiva base rítmica, y un Carlos Sauron que a las canciones sucias le pone guitarras limpias, todo bajo el envoltorio fetén del pintor gallego Jorge Cabezas.
El título del cancionero te va dando pistas. 'Por tuberías' remite al subsuelo, a las profundidades, a las entrañas. A Kike Turrón siempre le gustó el traje de crooner, y le sienta bien. Escribe como un quinqui ilustrado que borda el costumbrismo canalla (“Los parques de mi barrio”) y sabe ir a cara de perro (“El chungo”) para descolocarte después con ramalazos de ternura (“Han de brindar”) o textos quién sabe si confesionales (“Hasta las cejas”) firmados por una pluma que hace orfebrería con lo visceral. Cañerías musicales soldadas por Juanjo Pizarro, el encargado de la producción (Pata Negra, Reincidentes, Dogo y los Mercenarios, etc, etc), en las que resuenan guitarras de Rubén Pozo (“Estaciones”) y en las que, de primeras, creerás escuchar el eco de un Josele Santiago punk. Pero no te equivoques. Que si algo demuestra este disco es que el Turrón tiene voz propia. Y sobre todo, muchas historias que cantar.
Ray Sánchez.
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